¿DÓNDE QUEDARON LA LEGALIDAD Y EL DERECHO?
Cada
primero de mayo, las organizaciones laborales suelen tomar las
calles–generalmente a manera de celebración–, y aprovechan el momento
para externar demandas, inconformidades e incluso logros.
Sin
embargo, en esta ocasión, en el Distrito Federal y en Guerrero, la
fecha se convirtió en pretexto para desatar el vandalismo.
En
la Ciudad de México, jóvenes encapuchados apedrearon la fachada del
Banco de México y realizaron pintas en el Palacio de correos.
Más
tarde, uno de sus contingentes abandonó el Centro Histórico y se
dirigió a las instalaciones de Televisa Chapultepec donde los esperaba
un grupo de granaderos.
Por
su parte, los maestros de la CETEG –La Coordinadora Estatal de
Trabajadores de la Educación de Guerrero– anunciaron un paro indefinido
en el Zócalo del DF, además de marchas –también en la capital– el 6 y 15
de mayo.
Y
eso no es todo, los "maestros" que se quedaron en Guerrero llevaron a
cabo pintas y destrozos en el auditorio Sentimientos de la Nación, en el
Palacio de Gobierno y en las oficinas del DIF estatal.
Más
tarde, los mismos "profesores" se aglomeraron en la Casa Guerrero –la
residencia del gobernador Ángel Aguirre– y no se limitaron a rayonear e
intimidar; los reportes periodísticos muestran que lazaron piedras,
aventaron petardos e incluso se sabe de automóviles volcados y
destruidos por los inconformes.
Para
rematar, la dirigencia del SME –en voz de su líder, Martín Esparza–,
adelantó una marcha a partir de las 9:00 horas de mañana desde la sede
del Sindicato hasta la Embajada de Estados Unidos. Y es que, aseguran
estar en desacuerdo con la visita de Barack Obama a México.
En
pocas palabras, que el día del trabajo se convirtió –en algunas partes–
en el día del vándalo. Un hecho que, por donde se quiera ver, resulta
lastimoso y debiera ser causa no sólo de repruebo sino de sanción.
No
obstante, durante los episodios de violencia, ninguna autoridad
municipal, estatal o federal; ningún elemento del ejecutivo, del
legislativo o del poder judicial; y tampoco ningún miembro de la
sociedad civil organizada o de instituciones ciudadanas, hizo algo para
frenar el avance del caos.
Nuevamente,
la política atropelló el estado de derecho y la acción de la justicia.
La impunidad pudo más que el orden y se volvió a tensar la fibra de la
tolerancia de los mexicanos.
A
los ojos de quien quiera ver, esta situación es insostenible. Pero todo
hace pensar que las autoridades son ciegas o se han negado a ver la
alarmante realidad.
¿De qué realidad hablamos?
De
la de un Estado en donde la legalidad y el derecho aparecen al final de
la lista de prioridades. Un Estado que no cumple su función de
procurador y garante de la paz e integridad de sus habitantes.
Luego
entonces, en tanto estas manifestaciones sigan fuera de control y las
autoridades prefieran cruzar los brazos, la ciudadanía tiene los
elementos para pensar que habita en un espacio sin orden, sin gobierno y
sin ley.
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