En 1981, el año en
que Felipe Calderón Hinojosa iniciaba formalmente su vida como militante de
Acción Nacional, al hoy ex presidente de México le tocó escuchar a panistas
denostar a su padre, que terminaría saliendo de la organización de la que fue
cronista y de la que es considerado fundador.
Valga el dato sólo
para recordar que en el PAN las
broncas no son nuevas, ni mucho menos discretas, sino recurrentes y ruidosas.
El PAN está en
crisis y eso se debe en buena medida a la gestión en la Presidencia de
Calderón y a la influencia que el michoacano ejerció, e intenta ejercer, en
el partido.
Aquella frase
calderonista de “Ganar la presidencia sin perder el partido” (la compilación
oficial de sus discursos como jefe nacional panista incluso lleva ese título)
resulta exacta para evidenciar que hicieron lo contrario a lo que pretendían, y que la factura por los errores de dos
gestiones panistas en Los Pinos no ha sido pagada. Por ende la ruta de salida
a la crisis no está siquiera trazada.
El epitafio de la
presidencia de Calderón se escribió el día en que la PGR anunció la detención
de Gordillo. Seis años de pretextos y concesiones ante poderes fácticos
quedaron reducidos a simple incapacidad política.
Calderón, como antes
Fox, no sólo no limitó el poder de entes como la ex líder del magisterio (o
de las televisoras, etc.), sino que incluso permitió que estos acrecentaran
sus fueros.
Al defenestrar a
Gordillo, Peña Nieto regresó a párvulos
a sus dos antecesores panistas. Ahí se gestó lo que ahora ha reventado: el PAN no tiene hoy
nada qué ofrecer al electorado. Los protagonistas de la nueva alternancia han
probado, con sus asegunes, mayor efectividad en mucho menos tiempo.
¿Qué le queda al
PAN?
Madero (cuya
presidencia, una vez más, no se explica sin los desaciertos de Calderón a la
hora de enviar señales a los suyos, que se dividieron en esa elección
panista) ha preferido ser el colaboracionista en la oposición con el que soñó
Calderón cuando ofreció al PRI puestos y agenda antes de iniciar su
mandato.
La decisión del
chihuahuense ha sido inicialmente productiva para México —dos reformas de
gran calado aprobadas en menos de seis meses—, pero ratonera de cara al futuro del PAN.
Borrado como
posibilidad de gobierno luego de fallidas administraciones en la Presidencia
y en los estados —demasiados
gobernadores azules resultaron más malos que los del mismo PRI—, lo único que tenía a mano el panismo
histórico era reagruparse en torno a la idea de lo que alguna vez fueron de
manera más o menos efectiva: una oposición que pudo arrancar a los priistas
pasos hacia la inacabada modernidad democrática.
A eso renunció
Madero, a ser oposición. Pero tampoco los calderonistas pueden presumir el
haber elaborado una agenda de oposición. Es más, hay múltiples testimonios de
que siguen no sólo muy divididos, sino hasta enfrentados.
La crisis del panismo
está lejos de tocar fondo. De todas las anteriores salió —para
algunos— un PAN más fortalecido, para otros —entre ellos Luis Calderón Vega—
uno que se alejaba de sus orígenes.
La remoción de
Ernesto Cordero en la coordinación del Senado es apenas una anécdota de cara
a lo que tiene que resolver el partido más antiguo de México, y uno de los
que como oposición más ha aportado a la democracia.
Con estos
protagonistas en la trama, egocéntricos todos, resulta muy arriesgado cualquier pronóstico.
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1 comentario:
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