PAN: la disputa por las migajas
Humberto Musacchio
Gustavo Madero es
el primer líder de un partido gobernante que resiste las presiones del
Presidente de la República. Durante el viejo régimen, el Ejecutivo federal
removía a su antojo a los dirigentes del PNR-PRM-PRI.
En la docena
trágica del panismo, uno tras otro fueron sustituidos los jefes del partido y
hasta Manuel Espino, el único que pataleó, se tuvo que ir por la puerta
trasera.
Pero el actual
presidente del PAN tuvo los arrestos para resistir las reiteradas presiones
ejercidas por Felipe Calderón desde Los Pinos.
Los berrinches, ocurrencias y desfiguros del ex mandatario los
sorteó Madero con habilidad, pero sobre todo con el apoyo de un amplio sector
del partido, harto de ver cómo irresponsablemente Calderón afectaba la unidad y dañaba la imagen de la
organización azul.
Pero si algo
representa Calderón es la terquedad, la
insistencia en llevar adelante los proyectos más absurdos y
socialmente dañinos, como lo prueba su sangrienta e insensata guerra contra la
delincuencia. En la misma lógica, como si se tratara de un asunto hormonal, el
michoacano se propuso controlar a su partido. Los costos están a la vista.
En 2012, durante
el palomeo de las listas de candidatos, Felipe Calderón, todavía en Los Pinos,
pudo imponer a un gran número de sus colaboradores más cercanos y ejerció toda
su influencia para que Ernesto Cordero, su gris
secretario de Hacienda, fuera el
líder de la fracción senatorial, nombramiento que aparentemente hizo Madero.
Al quedar en
tercer lugar en las elecciones del año pasado, los panistas debían replantearse su presente y delinear su futuro,
tareas que en primerísimo lugar requieren de tiempo. La participación del PAN
en el Pacto por México le permitió ganar semanas y meses que pudieron
aprovecharse para una amplia discusión y la adopción de un cambio de rumbo. Pero la fracción calderonista prefirió desatar una guerra
intestina.
Hoy, a semejanza
de las tribus del PRD, existen varias capillas dentro de la iglesia panista,
pero no hay convivencia de sus feligreses. La rebeldía de los senadores
calderonistas era inaceptable para los dirigentes de Acción Nacional y la
destitución de Ernesto Cordero ha sido un paso necesario, so pena de que el
partido marchara por un lado y sus senadores en sentido contrario.
A regañadientes,
pero hasta ahora todos parecen haber aceptado la destitución. No hacerlo
hubiera implicado una ruptura, lo que en la lógica de los seguidores de
Calderón tampoco era conveniente, pues lo que buscan es quedarse con el
partido, los cargos y los dineros.
Pero la crisis
subsiste y lejos de poner por delante las artes de la política, la tribu
calderoniana ha desatado una campaña difamatoria y soez contra Madero.
Para resolver un
conflicto, lo primero que se aconseja es reconocer el conflicto mismo. En medio
de la crisis, y ante la negativa de los calderonistas a reunirse con la
dirección de su partido, lo indicado era nombrar como líder de la fracción
senatorial a una figura con autoridad política y capacidad conciliatoria.
Para su
desgracia, Madero optó por imponer a un ex
priista sin reconocimiento ni ascendiente sobre los otros senadores.
Lo previsible,
con tan infortunado nombramiento, es
que la fracción senatorial siga sin acatar la línea de su partido y que más
temprano que tarde Madero tenga que ser removido para elegir nueva dirección en
el PAN, partido que de cualquier manera resultará el mayor damnificado de una
disputa provocada y atizada por la esquizofrenia de Felipe Calderón. Que el panismo se lo reclame.
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