Hace poco más
de cinco años, el fenómeno de la violencia en México tuvo un salto
cualitativo, como externalidad del éxito de la estrategia del ex
Presidente Felipe Calderón en contra de los cárteles de las drogas. Su
campaña de fuerza dejó sin droga a la mayoría y sin dinero para pagar a
sus sicarios, por lo que se dio el desdoblamiento del crimen de las
grandes organizaciones a pandillas, cuyo negocio no era el narcotráfico
sino el narcomenudeo, ni el tránsito de drogas y cultivos, sino la venta
de drogas en las calles. Tampoco pagaban por protección institucional
sino combinaban su actividad con otros delitos del fuero común, como
robo y extorsión.
El éxito de la campaña de Calderón fue en la parte macro del negocio; su
fracaso fue en la micro. La estrategia en el Gobierno anterior se puede
imaginar como si se aplasta con fuerza a una gelatina. La masa no
desaparece, sino que se atomiza y se desparrama hacia todos lados en
fracciones de gelatina. El ex Presidente dotó de recursos a las fuerzas
federales para dar ese golpe central, pero al no existir el andamiaje
policial y judicial en los estados y municipios que pudiera soportar la
dispersión, la violencia se disparó.
John P. Sullivan, un estudioso que trabaja con el Departamento de
Policía de Los Ángeles y que investiga el impacto del crimen
trasnacional sobre la soberanía de México y otros países, clasificó
pandillas de Primera Generación, las tradicionales con una orientación
territorial, que enfocan su atención en la protección de su territorio,
que cuando se involucran con el crimen organizado, es generalmente de
forma "oportunista" y local; las de Segunda Generación se dedican al
narcomenudeo y protegen sus mercados mediante la violencia, en áreas
geográficas que pueden ser más amplias que un barrio y llegan a ser
nacionales e internacionales; y las de Tercera Generación, más
complejas, operan global y mercenariamente.
La tercera clasificación de Sullivan podría aplicarse a las maras,
nacidas en Los Ángeles como externalidad de las guerras en El Salvador y
Honduras, que operan en poco más de 20 estados mexicanos a través de
células, o las tríadas chinas, ambas vinculadas a Los Zetas. Existen las
mafias rusas para el tráfico humano de Europa, que manejan
principalmente los surcoreanos en territorio nacional. Aunque la segunda
clasificación se pueda aplicar casuísticamente a las pandillas
mexicanas, es la primera en la cual se concentra el origen y modus
operandi de la mayoría.
El caso paradigmático es el de Ciudad Juárez, donde tras el
desdoblamiento de los ejércitos de la muerte de los cárteles, empezaron a
utilizar pandillas como si fueran outsourcing, para ejercer terror y
control en las calles. El Cártel de Juárez recurrió a La Línea como su
brazo armado, y empleó a otros grupos como Los Aztecas y Pura Raza
Mexicana, para enfrentar el embate de quienes querían –y se quedaron con
la plaza-, la facción del Cártel del Pacífico que maneja Joaquín "El
Chapo" Guzmán, que subcontrató a Gente Nueva.
En el Distrito Federal no fue diferente. En 2008, un atentado contra el
responsable de dirigir el combate al narcotráfico en el Distrito
Federal, Julio César Sánchez Amaya, conocido como el "Jefe Pegaso", se
frustró porque la bomba contra él explotó a decenas de metros de la
Secretaría de Seguridad Pública capitalina, como resultado del mal
manejo del explosivo que hicieron unos delincuentes menores contratados
en Neza por el Cártel del Pacífico. Ese mismo año, el coordinador de la
Policía Federal, Édgar Millán, bajo cuya área estaba el combate al
narcotráfico, fue asesinado por un sicario contratado en Tepito por el
Cártel de los Beltrán Leyva, que ni siquiera sabía a quién iba a matar.
En 2010 se habían contabilizado 9 mil 384 pandillas en 28 entidades
mexicanas. En la Primera Encuesta Nacional de Exclusión, Intolerancia y
Violencia en Escuelas Públicas de Educación Media Superior que hizo el
Instituto Nacional de Salud Pública en jóvenes de 15 a 19 años, 481 mil
estudiantes aceptaron formar parte de una pandilla. Es decir, fenómeno y
problemas, tenemos para un buen rato. |
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