10 junio, 2013

El efecto gelatina (I)

O P I N I Ó N 
R A Y M U N D O   R I V A   P A L A C I O 
Estrictamente Personal
El efecto gelatina (I)

Hace poco más de cinco años, el fenómeno de la violencia en México tuvo un salto cualitativo, como externalidad del éxito de la estrategia del ex Presidente Felipe Calderón en contra de los cárteles de las drogas. Su campaña de fuerza dejó sin droga a la mayoría y sin dinero para pagar a sus sicarios, por lo que se dio el desdoblamiento del crimen de las grandes organizaciones a pandillas, cuyo negocio no era el narcotráfico sino el narcomenudeo, ni el tránsito de drogas y cultivos, sino la venta de drogas en las calles. Tampoco pagaban por protección institucional sino combinaban su actividad con otros delitos del fuero común, como robo y extorsión.

El éxito de la campaña de Calderón fue en la parte macro del negocio; su fracaso fue en la micro. La estrategia en el Gobierno anterior se puede imaginar como si se aplasta con fuerza a una gelatina. La masa no desaparece, sino que se atomiza y se desparrama hacia todos lados en fracciones de gelatina. El ex Presidente dotó de recursos a las fuerzas federales para dar ese golpe central, pero al no existir el andamiaje policial y judicial en los estados y municipios que pudiera soportar la dispersión, la violencia se disparó.

John P. Sullivan, un estudioso que trabaja con el Departamento de Policía de Los Ángeles y que investiga el impacto del crimen trasnacional sobre la soberanía de México y otros países, clasificó pandillas de Primera Generación, las tradicionales con una orientación territorial, que enfocan su atención en la protección de su territorio, que cuando se involucran con el crimen organizado, es generalmente de forma "oportunista" y local; las de Segunda Generación se dedican al narcomenudeo y protegen sus mercados mediante la violencia, en áreas geográficas que pueden ser más amplias que un barrio y llegan a ser nacionales e internacionales; y las de Tercera Generación, más complejas, operan global y mercenariamente.

La tercera clasificación de Sullivan podría aplicarse a las maras, nacidas en Los Ángeles como externalidad de las guerras en El Salvador y Honduras, que operan en poco más de 20 estados mexicanos a través de células, o las tríadas chinas, ambas vinculadas a Los Zetas. Existen las mafias rusas para el tráfico humano de Europa, que manejan principalmente los surcoreanos en territorio nacional. Aunque la segunda clasificación se pueda aplicar casuísticamente a las pandillas mexicanas, es la primera en la cual se concentra el origen y modus operandi de la mayoría.

El caso paradigmático es el de Ciudad Juárez, donde tras el desdoblamiento de los ejércitos de la muerte de los cárteles, empezaron a utilizar pandillas como si fueran outsourcing, para ejercer terror y control en las calles. El Cártel de Juárez recurrió a La Línea como su brazo armado, y empleó a otros grupos como Los Aztecas y Pura Raza Mexicana, para enfrentar el embate de quienes querían –y se quedaron con la plaza-, la facción del Cártel del Pacífico que maneja Joaquín "El Chapo" Guzmán, que subcontrató a Gente Nueva.

En el Distrito Federal no fue diferente. En 2008, un atentado contra el responsable de dirigir el combate al narcotráfico en el Distrito Federal, Julio César Sánchez Amaya, conocido como el "Jefe Pegaso", se frustró porque la bomba contra él explotó a decenas de metros de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina, como resultado del mal manejo del explosivo que hicieron unos delincuentes menores contratados en Neza por el Cártel del Pacífico. Ese mismo año, el coordinador de la Policía Federal, Édgar Millán, bajo cuya área estaba el combate al narcotráfico, fue asesinado por un sicario contratado en Tepito por el Cártel de los Beltrán Leyva, que ni siquiera sabía a quién iba a matar.

En 2010 se habían contabilizado 9 mil 384 pandillas en 28 entidades mexicanas. En la Primera Encuesta Nacional de Exclusión, Intolerancia y Violencia en Escuelas Públicas de Educación Media Superior que hizo el Instituto Nacional de Salud Pública en jóvenes de 15 a 19 años, 481 mil estudiantes aceptaron formar parte de una pandilla. Es decir, fenómeno y problemas, tenemos para un buen rato.

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